Te desconcentrarás. Perderás por un momento sus ojos al no creer que sea posible .Regresas a ellos, te encuentras en ellos. Intentas persuadir a tu ya alterada mente. Lo logras y respiras el aire de un beso. Piensas que por fin posees aquellos ojos, aquella timidez y aquella vanidad que al fin y al cabo solo reflejará la tuya. Imaginas una vida lejos de todo, lejos de ahí. Donde el sol no la refleja o donde ella no refleja al sol .Lejos piensas. Ella vacilará, se alejará a las sombras, donde tú no puedas verla, donde tus sentidos ya no ven, donde tu sentidos ya no son. Dirás:
— Escúchame, no puedes ocultarte siempre.
—Ocultarme dices.
— Si, ya no puedes ocultarte, por lo menos no de mí, ahora te he encontrado y no pretendo dejarte ir.
— ¿Dejarme ir?, a donde quieres ir.
— Lejos de aquí, a donde tu quieras ir
— No has entendido nada, no quiero que me dejes ir, no necesito que me dejes ir, somos uno solo tu y yo aquí
— Aquí, dices?, donde la tristeza se adueña de cada rincón, donde el polvo fiel testigo del vivir se acobarda de existir.
—La nostalgia de existir fue esperar a que tú llegaras por mí
La voz se extinguirá. Recordarás aquellas palabras que devastan tú interior. Recordaras “llegaras por mí”. Fiel a tu lógica de encontrar la lógica rogarás por tropezar con aquellas palabras. Aquellas palabras que han roto ya una pared de tu conciencia. Por primera vez en tu vida crees en no creer. Pensarás “podremos estar en lugar de ser”. En ese instante tu lógica, esa misma que no permite otra detendrá ya el desahogo y sin saberlo te ahogará aún más. Has decidido que partirás. Lo gritarás y gritarás:
—No hay tiempo para más.
Ella aparecerá entre las sombras y llorando te dirá
— Tengo el tiempo que contarte y tú tienes tiempo que escucharme.
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